Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 23 segundos
La Universidad de Sevilla está para ponerla en un museo
En estos días estamos viendo en la prensa con gran satisfacción, cómo se da forma a un nuevo proyecto museístico para la ciudad de Sevilla, porque seamos claros, nunca serán demasiados los museos en una ciudad como la nuestra, eso alguien tiene que decirlo ya, y aprovechamos desde JJP para hacer esta reflexión y ponerla por escrito.
El Museo de La Universidad Hispalense, sueño acariciado, al menos por todos aquellos que hemos formado nuestras mentes entre los anchos muros de su fábrica de tabacos, o en los luminosos patios de la sede de la calle Laraña, parece que va tomando forma. ¿pero qué tiene para mostrar la Universidad de Sevilla?
La antigüedad de la Hispalense como institución, es algo que a la mayoría de los sevillanos se le escapa, así como la ubicación original de la misma, o incluso la variedad y el valor de los fondos que atesora entre sus departamentos.
Si llegamos a la puerta de Jerez, allí, en una esquinita, la coqueta capillita de Santa María de Jesús, (espacio gótico mudéjar que nos traslada a unas décadas posteriores a la Reconquista), nos recibe como el último testimonio en pie de aquella sede docente (llamada colegio de Maese Rodrigo) que, fundada nada más y nada menos que en 1502 bajo los auspicios de Isabel la Católica, inició en la ciudad la enseñanza de teología, leyes, medicina y artes liberales, y que en 1505 era ya, por bula de Julio II, lugar de enseñanza de artes, lógica, filosofía, teología y derecho canónico y civil, alcanzando en tan solo un par de años pleno derecho para ser sede universitaria, con condiciones semejantes a la Universidad de Salamanca (muchísimo más antigua, no nos equivoquemos, al César lo que es del César).
Después de formar a estudiantes de todo estrato social inicialmente, y tan sólo a nobles y hombres de linaje en un momento posterior, en el tercer tercio del S.XVIII es trasladada a la sede de la antigua casa profesa de los Jesuitas en la céntrica calle Laraña, aprovechando la expulsión de la orden de España en 1767. Tras esto y en sólo 5 años la nueva sede estaba a pleno rendimiento en la nueva ubicación, que ocupó hasta 1948, cuando es trasladada definitivamente a la Real Fábrica de Tabacos.
Una colección difícilmente abarcable, una pieza sorprendente
Con cinco siglos de historia nada más y nada menos, podemos ya hacernos una idea del enorme, gigante, vasto y variado patrimonio material que ha debido atesorar.
Nos referimos a objetos tales como una Biblia de Guttemberg, una fototeca vastísima, una importante gypsoteca, es decir, las grandísimas copias en yeso de esculturas clásicas traídas por el propio Diego Velázquez desde Italia en el S.XVII (que pueblan aún hoy pasillos y aulas en Bellas Artes y en la Fábrica de tabacos), así como los múltiples restos del pasado tabaquero del actual rectorado, y los innumerables elementos de material pedagógico, docente, bibliográfico, científico y técnico, de las distintas facultades que componen esta Universidad. Es justo ahí, en el material científico, donde debemos hacer una parada y si podemos, una reflexión.
Si nos dejamos llevar por la curiosidad, sin duda los objetos de la colección de la Facultad de Medicina son innegablemente de los más atractivos, tal vez por el aspecto de extraños elementos de tortura que pueden ofrecer algunos instrumentos quirúrgicos (de la estrecha relación entre medicina, tortura, investigación y ciencia podríamos hablar en algún post, eso de momento se queda en el tintero ,desde luego, para otra ocasión), así como por la desnuda agresividad de algunos modelos anatómicos allí expuestos.
En cuanto a instrumental y maquinaria médica, en JJP Hospitalaria estamos al tanto de los equipos más novedosos a nivel mundial, equipos con los que trabajamos y que nos enorgullecen enormemente, pero ¿conocemos a fondo cuáles fueron las innovaciones materiales más importantes del pasado en el campo de la educación médica a nivel mundial?. Sorprendentemente, no eran precisamente ni instrumentos, ni máquinas, ni revolucionarios ingenios tecnológicos, sino simples (o no tan simples) reproducciones del cuerpo humano, modelos anatómicos.
Entre los modelos anatómicos de la colección de la Hispalense, nos impresiona sobremanera el que hoy en día es conocido como el niño diseccionado. Su simple nombre ya pone los vellos de punta y es que se trata de una pieza tan atractiva como espeluznante, en la que una escultura hiperrealista de un bebé recién nacido a tamaño natural -aún acompañado de su placenta- muestra abierto el tórax, por lo que podemos observar con detenimiento todas las vísceras de su pequeño cuerpo meticulosamente desplegadas.
Es la única pieza de su clase en la colección, se trata de una escultura realizada en cera coloreada y su origen se remonta al siglo XIX. Indudablemente se trata de una de las piezas que, producidas en serie, aunque artesanalmente, distribuía por catálogo la francesa casa Tramond, de la que se conservan también piezas relevantes en el Museo de la Universidad Complutense e incluso un bebé idéntico en la colección de la Universidad de Valladolid.
Pero, ¿qué camino se ha recorrido hasta llegar a tener una escultura de cera hiperrealista, extravagante, rayana en el mal gusto casi, entre los fondos del futuro Museo de una institución como esta?.
De la anatomía, la ciencia y la dificultad
Si rebobinamos en la línea de tiempo, nos podemos plantar sin despeinarnos en el S.III a.c., cuando los Ptolemaicos propiciaron el estudio de la anatomía en la Biblioteca de Alejandría, permitiendo incluso la práctica de la vivisección en humanos (disecciones efectuadas sobre sujetos vivos, así, como se lee).
Hipócrates, Aristóteles, Herófilo y Erasístrato en Alejandría, fueron los primeros en practicar la disección en cadáveres y es precisamente de ese momento del que proviene la palabra anatomía que significa literalmente “yo corto”.
Herófilo, de hecho, diseccionaba cuerpos de ajusticiados y lo hacía en público, por lo que puede advertirse un espíritu no sólo investigador, sino docente y casi democrático o universalista en sus trabajos.
Durante la Antigüedad Romana, Galeno estudió el cuerpo humano de manera, digamos que indirecta por analogía, en el estudio de las anatomías de perros, simios y cerdos, ya que en Roma, estuvo prohibido por ley la disección de hombres y mujeres, así que los conocimientos anatómicos ciertos y seguros que se tenían sobre la naturaleza humana derivaban de la observación directa de las heridas de guerra o de gladiadores y lo poco que se aventuraba a ver en el extenso catálogo de intervenciones quirúrgicas que sabemos que se realizaban en esta época.
Durante la Edad Media, el platonismo imperante derivó el ideario naturalista de la Antigüedad hacia un reconocimiento del carácter engañoso, despreciable y casi demoníaco del cuerpo, de la realidad material y anatómica de la humanidad. Los saberes anatómicos, además de innecesarios y pecaminosos por poner el foco en el estudio del cuerpo en contraposición al estudio del alma, quedaron relegados a la copia y difusión de los tratados de Galeno. Tanto es así, que el propio Federico II, en 1231 tuvo que ponerse serio y emitir una orden por la cual obligaba a las escuelas de medicina a realizar una disección cadavérica cada lustro, que no está mal.
Inquisición y disección
Es un recurso habitual señalar al Santo Oficio como culpable de la falta de disecciones o estudios anatómicos realizados durante la Edad Media y la Edad Moderna, pero, más que una prohibición expresa fue la mala interpretación de una bula papal la que generó que a partir de 1330 los anatomistas prefiriesen no abordar el trabajo de su estudio directamente sobre los cuerpos, por miedo a una flagrante excomunión, o quizá algo peor.
El origen de este reparo está como decimos, en la bula “de sepulturis” de Bonifacio VIII, que prohibía expresamente una práctica común entre los cruzados, quienes sin objeción alguna despedazaban y hervían los cuerpos de los caídos en oriente, para poder transportar fácilmente sus huesos, junto a su corazón, hacia Europa, evitando dejar los restos en territorio infiel.
Esa circunstancia hizo necesaria una regulación, y conllevó la casi desaparición de la práctica anatómica o disectiva hasta en los centros de estudio, tanto es así que el Papa Sixto IV tuvo que aclarar que, obteniendo el permiso eclesiástico necesario, era perfectamente lícito el ejercicio de la disección humana (siempre que se tratase de cuerpos de reos y que la propia disección estuviera incluida en la condena recaída sobre el malhechor, lo que da a entender la mala fama que estos trabajos tenían) dando nuevas alas a una práctica casi abandonada.