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El nacimiento del Hospital de San Lázaro y la relación de los enfermos de lepra con la ciudad.
Precisamente la lepra está en el origen de una de las instituciones sanitarias más antiguas de Sevilla, el Hospital de San Lázaro, que es, además uno de los Hospitales (en uso ininterrumpido desde su fundación) más antiguos de Europa.
Instituido en Sevilla prácticamente en el mismo momento de su reconquista, se cree que lo origina el establecimiento de unas tiendas o casetas para el cuidado de los soldados que, acompañando a Fernando III para la conquista de Sevilla, cayeron contagiados de lepra y se confinaron justo ahí, en lo que era ya el arrabal de la Macarena.
La primera configuración del Hospital fue como un denso ovillo de chozas y casuchas de muros de adobe con tejados a dos aguas, de esta época se sabe que estas precarias casas convivían con otras edificaciones denominadas palacios (llamadas así las de mayor tamaño, aunque no fuesen palacios precisamente) seguramente destinadas a enfermos de mayor extracción social, agrupadas todas ellas, chozas y palacios, en torno a una primitiva capilla y un mesón destinado a dar cobijo y establo a los numerosos romeros que acudían en peregrinación a rezar a la capilla.
Resulta curioso que un lugar destinado a albergar a enfermos de unas de las dolencias más temidas de aquellos tiempos recibiera la visita de romeros en su templo. Pero sabemos que no solo era así, sino que anualmente, por la festividad del patrón, un vía crucis se realizaba en el interior del complejo en la llamada huerta de San Lázaro, y finalizaba en las lindes de sus terrenos, justo donde hubo una cruz de camino, cruz que hoy en día se encuentra en la céntrica plazuela de Santa Marta, que por avatares de la vida y el urbanismo del Siglo XX, se trasladó hasta ese enclave.
A los pies de esa cruz de camino, era justo donde los enfermos coincidían con otra comitiva que conformaban los familiares y benefactores del hospital, que desde la ciudad, acudían a ese punto de encuentro para entregar limosnas y bienes a los contagiados, y saludarlos, al menos, ese día del año en que estaba permitido que ambos mundos, el de la urbe y la leprosería atravesaran los gruesos muros del miedo y la prohibición para mirarse a los ojos desde lejos.
En la convivencia con la lepra existió también un conmovedor momento de encuentro entre la ciudad y el leproso. En fechas destacadas, un vecino del lazareto tenía permitido ir a la ciudad a pedir limosna. Se cubría con gruesas capas y capuchas de lana gris que lo envolvían, y apenas dejaban intuir sus heridas o identidad, se montaba a lomos de un burro y con un cartel colgado en su cuello en el que se podía ver algún símbolo relativo a la enfermedad, se adentraba a la ciudad haciendo sonar una enorme carraca de madera o una fúnebre campana que alertaba del peligro y la muerte que lo acompañaba.
Los postigos se cerraban, el mercadeo estaba prohibido ese día, las calles desiertas, solo algunos valientes y algunos hermanos o hermanas de los conventos urbanos se acercaban a entregar la limosna sin la cual, los leprosos del hospital de san lázaro, estarían perdidos.
Es inevitable emocionarse desde nuestro prisma, al imaginar el miedo, el pavor, la curiosidad y la repugnancia que debían inspirar el ver a esa figura informe, perdida entre gruesas capas, con su montura y su carraca, como si la propia muerte viniera a cobrar un tributo por mantenerse alejada de los muros de la ciudad
Los siglos iban pasando y el hospital iba ganando en importancia y en instalaciones, construyéndose un imponente edificio en época renacentista por Hernán Ruiz II, autor del cuerpo de campanas de la mismísima Giralda, destinado a una combinación entre lo estrictamente caritativo, medicinal y devocional.
Este impulso renovador y modernizador, coincide con la “reducción de hospitales” que a finales del Siglo XVI tuvo que decretar el arzobispo hispalense, D. Rodrigo de Castro y Osorio. Se clausuraron más de 800 de ellos -¡todos ellos dentro del casco urbano!-, y reagruparon sus servicios en dos hospitales de gran tamaño y modernos postulados, el hospital de Amor de Dios y el Hospital del Espíritu Santo, ambos hoy desaparecidos.
Seguramente la localización del Hospital de San Lázaro, alejada del casco urbano, la adecuación de sus estructuras a su uso específico, sus recientes modificaciones y las dimensiones amplias que poseía libraron a esta institución de la picota renovadora del arzobispo, motivo por el cual ha sobrevivido hasta nuestros días.
Quizás los eventos más gloriosos y que más fama y alegrías traían a los muros y al buen nombre del lazareto, eran las innumerables crónicas y rumores de curaciones milagrosas atribuidas a la intercesión de la visita de elementos del ajuar de la capilla, o tras asistir a misas especiales en la capilla del hospital. Estamos seguros de que estas habladurías eran alentadas por los propios hermanos hospitaleros que lo atendían, necesitados de fama y reconocimiento que llenasen sus arcas de donaciones y limosnas.
Sevilla es Puerto de Indias y San Lázaro, su Hospital de cuarentenas
Como todo en la Historia de Sevilla, su papel en la relación con América tiñó de circunstancias especiales el uso de su leprosería. Los barcos que venían de hacer rutas comerciales y eran sospechosos de ser “pestilentes” es decir, de portar alguna enfermedad de ultramar debían ceñirse a las medidas de cuarentenas establecidas por el gobierno civil de la ciudad y cualquier tripulante enfermo era llevado con las máximas precauciones hasta San Lázaro. De hecho, en muchos registros, los enfermos se apuntan como “aquejados del Mal de Lázaro” sin saber muy bien qué enfermedad padecían, eran ingresados a toda prisa para evitar males mayores. Las enfermedades que se propagaron gracias al comercio con América la ciudad fueron la sífilis, la fiebre amarilla (de origen africano, pero bien difundida por los movimientos comerciales marítimos), nuevas cepas de viruela y por supuesto, la peste bubónica
Muchas de las familias que obtenían riquezas del comercio indiano donaban parte de sus ganancias a hospitales como San Lázaro. Estas donaciones eran una forma de mostrar su piedad y contribuir a la obra de caridad cristiana que representaba el cuidado de los enfermos, y de contrarrestar en cierta manera los males que en ocasiones venían embarcados junto a sus mercancías, también actuó así en alguna ocasión el propio Concejo de Sevilla, que en varias ocasiones destinó fondos provenientes de los impuestos portuarios al sostenimiento del hospital, especialmente en momentos de crisis sanitaria, como las epidemias que azotaron la ciudad durante el siglo XVII.
En unas actas del cabildo de 1600, se indica lo siguiente: “Se acuerda por el Cabildo que el Hospital de San Lázaro reciba anualmente el tributo asignado para el cuidado de los leprosos y demás enfermos que allí habitan, con especial cuidado de que sus cuerpos sean enterrados en el cementerio adyacente a su debido tiempo.”
Primera gran decadencia del Hospital
Hacia finales del siglo XVII el puerto de Indias empezó a acusar un declive que finalizaría con la mudanza de la casa de contratación a Cádiz. La ciudad de Sevilla entró en una espiral de crisis económica y social que afectó, por supuesto, a la entrada de fondos en el Hospital.
Uno de los momentos más dramáticos de la historia del hospital en el siglo XVII fue la Gran Peste de 1649, una epidemia de peste bubónica que asoló Sevilla y que redujo la población de la ciudad en casi un 50%. La ya mermada capacidad del hospital se vio desbordada, ya que miles de personas necesitaban atención médica. Miles de cuerpos se enterraron en su camposanto, y la propagación de la enfermedad entre sus internos fue irrefrenable.
Un melancólico texto de la época recuerda y resume brevemente la función del lazareto: “El Hospital de San Lázaro acoge a los desdichados leprosos, quienes, despojados de toda posibilidad de integrarse en la sociedad, son allí asistidos en su miseria, con la única esperanza de morir en paz y recibir los santos sacramentos.”
Sin embargo, a pesar de su crítica situación, el hospital continuó desempeñando su función, aunque de manera más limitada. Las crónicas de la época mencionan el estado ruinoso de algunas partes del edificio, lo que refleja las dificultades financieras y la escasa inversión en su mantenimiento. Aunque pocas, algunas familias nobles y religiosas continuaron haciendo donaciones al hospital como un medio de expiación de sus pecados y un método infalible para asegurar la salvación de sus almas de hecho alguno de ellos, tras rezar fervorosamente en la capilla del hospital, supuestamente lograron salvarse de la enfermedad.