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En el número 10 de la calle Susona de Sevilla, pudo leerse durante años esta frase sobre azulejos, que, misteriosa y triste, nos invitaba a tirar del hilo de una leyenda que se enreda sobre un hecho real. Un hecho real que aunque parece digno de novela, cuenta con numerosos documentos de la época en los que se citan con pormenores los nombres, fechas y hechos que por el paso de los tiempos y por lo increíble de lo contado, en el imaginario colectivo ha quedado como un cuento, una moralina.

La leyenda de la Susona, una de las más fascinantes de Sevilla, tiene su origen en la antigua judería de la ciudad, que se asentaba justo en el actual barrio de Santa Cruz, en una época en que Sevilla aún era un punto de coincidencia (que no convivencia) entre comunidades judías, cristianas y musulmanas, y un foco de crecientes tensiones sociales y políticas.

Azulejo con la imagen de Susana Ben-Susón

Tiempos revueltos, la conjura de Diego Susón

Tras los muros de la judería de Sevilla -que se protegía a sí misma como un auténtico guetto con anchas tapias levantadas por los propios judíos después de unos ataques enfurecidos de los sevillanos en tumulto en 1345- en esta ciudad amurallada dentro de las murallas de la ciudad, vivía la familia Susón.

Diego Susón, judío de altísima posición social en la Sevilla del Siglo XV, regidor del Concejo local (cargo municipal que sólo 24 hombres poseían) junto con otros judíos destacados de Sevilla, formaba parte de una élite social, política y económica en la urbe hasta que, por el establecimiento de la Santa Inquisición en la ciudad en 1480, le fueron retirados sus sueldos municipales y sus prebendas.

Podemos imaginar el calado que en la moral del regidor tuvo esta retirada de privilegios, ya que tan sólo unos años antes, había llevado personalmente el palio del bautizo del príncipe Juan, el único hijo varón de los Reyes Católicos, era sin duda, un descalabro social, la pérdida absoluta de un estatus y un poder casi inaccesible en la ciudad.

La situación de los todos judíos se había recrudecido en la Península desde que en 1478 los Reyes Católicos fundasen el Santo Oficio para luchar contra las Herejías en sus territorios. Los judíos entraron pronto en su punto de mira, a menudo acusados de sacrílegos, blasfemos e impíos, y aquellos que decidían convertirse al cristianismo para pasar desapercibidos dentro de la sociedad cristiana dominante eran escrutados por los inquisidores en cada movimiento que hacían.

Esta presión, unida a los numerosos impuestos que debían pagar por profesar su fe y celebrar sus ritos, hicieron que el ambiente se crispara a una velocidad vertiginosa. El círculo de confianza de Diego Susón, conformado por otros conspiradores y algunos de los conversos más importantes de Sevilla, Utrera y Carmona,(nada más y nada menos que un tercio de los regidores municipales formaban parte de esta conspiración) comenzaron a reunirse secretamente en casa de Susón, cada noche, para ir afinando los pasos que les llevarían a sembrar el terror en Sevilla, organizando un levantamiento general de todos los judíos y conversos simpatizantes en todo el Reino, para desestabilizar y poner en jaque a los mismísimos Isabel y Fernando.

Susona: La Bella Traidora de Sevilla.

Diego Susón, vivía en su casa con sus hijas, entre las que destacaba Susana, a la que todos llamaban la Susona, haciendo referencia al apellido familiar.

La belleza de la joven era tal, que se la conocía en toda la ciudad por ello. Todos los hombres la intentaban cortejar, pero solo uno, un caballero cristiano del ilustre linaje de los Guzmanes, consiguió que la fermosa hembra, (como así le llamaban) le concediera su atención y así este apuesto joven llegó a ser su amante.

La traición y el miedo.

Susana vivía al margen de las confabulaciones de su familia y según dice la tradición, se escapaba cada noche de su casa para ir al encuentro, en secreto, de su amado cristiano. Una de esas noches, tras una reunión en su casa del círculo de confianza de su padre (en la que pudo enterarse de que el plan de rebelión iba a llevarse a cabo esa misma madrugada) esperó el momento oportuno en que su padre estuvo dormido y como una exhalación recorrió las calles de la judería hasta encontrarse con su enamorado para contarle todo lo que había oído, por amor y po miedo a que él resultase herido.

El joven, acompañado por Susona, acudió a casa del asistente de la Ciudad, Diego de Merlo, que no tardó en asaltar junto a los alguaciles del Concejo bien armados, las casas de los conspiradores, arrestándolos uno a uno.

Tras el arresto continuaron los interrogatorios, las denuncias, los procesos y finalmente el ajusticiamiento de todos ellos en el sitio de “Buena Vista”, en la dehesa de Tablada.

Se iniciaba con este juicio la negra y famosa andadura de la Inquisición Española, ya que esta ejecución de 1481 fue el primer auto de fe en el que se ajusticiaban reos en nombre de la fe.

Vista de Sevilla durante una ejecución de la Santa Inquisición (Georg Braun y Frans Hogemberg)

 

Los rumores sobre quién había traicionado a los participantes de la conjura no tardaron en surgir, y pronto todo el barrio de la Judería supo que había sido la hija del propio conspirador quien los había delatado.

Corroída por el arrepentimiento, y se dice que rechazada por su amado, que, horrorizado por la falta de lealtad de Susona hacia los suyos nunca más volvió a verla, se cuenta que la arrepentida joven entró completamente fuera de si en la Catedral pidiendo a gritos confesión, absolución y bautismo, se convirtió al cristianismo y por consejo del mismísimo arzobispo Fray Reginaldo Romero, profesó en un convento

El Arrepentimiento y la Calavera en la Calle de la Susona

Pasada su vida penando por su papel de traidora, quedó la bella Susona marcada para siempre. Su comunidad la rechazó y la leyenda dice que, llena de remordimientos, cuando supo que le quedaba poco tiempo de vida, dejó una última voluntad en su testamento para aprendizaje de otros:

 

“Y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y en testimonio de mi desdicha,

mando que cuando haya muerto, separen mi cabeza de mi cuerpo, y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa,

y quede allí por siempre jamás”.

 

Se cumplió su voluntad y su cabeza fue colocada sobre el dintel de la casa, permaneciendo allí macabramente expuesta hasta mediados del Siglo XVII.

Durante años, la calavera permaneció como un doloroso recordatorio de la traición y el arrepentimiento, hasta que posteriormente, los deteriorados restos que quedaron del cráneo se emparedaron en los muros de la casa.

El relato de la Susona se mantuvo siempre vivo en la ciudad, la calle Muerte, donde estaba la casa (calle que recibió ese nombre precisamente por encontrarse en ella el cráneo de la joven) pasó, durante el XVIII y XIX a llamarse “calle Susona” ya que lo acontecido siglos atrás contaba con todos los elementos ideales para ser una historia adorada por los románticos

Ya en el Siglo XX, en 1931, se rehabilitó la vivienda y sus propietarios, conocedores del valor histórico del sitio y de la ejemplaridad del comportamiento de Susona, colocaron, en el lugar en que estaba el hierro del que pendió en su día el cráneo, un azulejo realizado por el famoso ceramista Ramos Rejano, que aún hoy podemos admirar y que sorprende por su crudeza.

Azulejo de la antigua calle muerte

Significado y Legado

La historia de la mujer bella, pérfida, lujuriosa y egoísta hasta el punto de delatar a su padre y a toda su raza no queda ahí.

El espíritu moralizante de la historia de la Susona continúa complicándose y enredándose de forma sorprendente. Las habladurías cargaron de maldades su recuerdo, llegando a afirmarse que vivió una vida de pecado siempre arrastrada por su lujuria, que llegó a tener varios hijos con el arzobispo de Sevilla, que fue abandonada de hombre en hombre y empobreciéndose de tal manera que para sobrevivir hubo de casarse con un vendedor de especias.

El declive vital de la Susona, reflejo de su declive moral, nos parece más un argumento ejemplar que se ha ido engrosando con el paso de los años que un dato histórico real, sin embargo, los nombres, personajes y hechos relatados hasta su entrada en el convento, son ciertos, por terribles que nos parezcan.

La leyenda de La Susona más que una fantasía, es reflejo claro sobre el amor, la traición y las divisiones que marcaron la historia de Sevilla… Representa, en cierto modo, la dualidad de una ciudad que, aunque se enorgullece de su riqueza cultural, también sabe lo que es sufrir momentos de profundo conflicto. La historia de La Susona nos recuerda la fragilidad de los vínculos humanos y la tragedia que puede derivar de los conflictos entre comunidades.

Esta leyenda sigue viva en la memoria de Sevilla, y el Callejón de la Susona es un lugar donde la historia y el misterio aún resuenan, capturando la esencia enigmática y encantadora de la ciudad.

Inscripción actual en recordatorio de la Susona en el nº 2 de la calle Susona de Sevilla